En su ya lejana juventud, los viejos del palco eran aficionados al modelismo (estático y militar para ser exactos). Una cosa lleva a la otra, y... +/- Leer más
el modelismo les llevó a la revista "Military Modelling". Un día, motivados por sus aficiones y alentados por una moderada consumición de cerveza, publicaron un anuncio en dicha revista pidiendo gorras militares de cualquier parte del mundo. Durante unos años cambiaron prendas de cabeza (así se les llama a lo fino) con gente del Reino Unido, Polonia, Nueva Zelanda, Australia y otros exóticos parajes. Si bien sus achaques no les permiten continuar con figuras y maquetas con el ritmo y dedicación que a ellos les gustaría, todavía, de vez en cuando, despliegan sus archiperres bajo la luz del flexo y se ejercitan en tan noble afición. Lo que sí que han conservado y mantendrán hasta el último de sus días es esa persistente manía de pedir a todo el que conocen (o no) que les traiga una gorra militar de su destino de vacaciones, trastero a vaciar o casa de sus abuelos a derribar. En este blog se recogerán pensamientos repentinos, ideas (las más de las veces descabelladas), vivencias publicables y se compartirán con la audiencia las adquisiciones gorrísticas (o de gorra) acumuladas a lo largo de tantos y tantos años. Y por qué no, alguna que otra figura recién pintadita, antes de que el polvo cubra sus detalles.

viernes, julio 25, 2008

pesca con botella

Se deslizó el otro día en un comentario a una entrada del otro viejo. Existe una forma de pescar con una botella de anís Marie Brizard. Aunque en este dibujo muestro una alternativa, no es ni mucho menos la fórmula correcta, es una simple excusa para estrenar la tablet para los manga de mi hija.


Pero ¿por qué ese anís y no otro? ¿Ponía más a los peces? No, simplemente por la forma de la botella. La teoría que aprendíamos de pequeños, cuando los otros chavales de la playa nos enseñaban este... oficio... se basaba en la hoy dudosa afirmación de que los peces son lo suficientemente gilipollas como para no saber nadar hacia atrás.


El paso crucial para transformar esa botella en un arte de pesca siempre me lo perdí. Se trataba de romper justo la circunferencia de vidrio que cerraba la botella por abajo. Que si alcohol de quemar para "ablandar" el vidrio (rían, rían, hasta eso colaba entonces), que si un golpe seco, que si contraste de temperatura y golpe seco, había mil explicaciones, mil maneras de hacerlo, pero el caso era que nadie lo había visto hacer pero siempre había una botella ya preparada. Yo creo que se entregaban de dotación en los apartamentos de Playa Lissa.

Luego todo era muy simple. Se metía un poco de pan duro dentro de la botella, se sumergía (con el culo roto -con perdón- hacia alta mar, fundamental porque si no no entraban) y se esperaba un par de minutos. Nos imaginábamos a los peces (recordemos que eran gilipollas) golpeándose con el vidrio en busca del pan, hasta que atinaban con el orificio y se introducían para merendar. Al ser la botella estrecha y tener recogidas hacia el interior las paredes más próximas al fondo,los peces no salían. O simplemente era que siempre les pillábamos merendando y les cortábamos el rollo, sacando la botella del agua y vaciando su contenido en un cubo en la playa.

Esta técnica, combinando dos o tres botellas, rendía magras cosechas de ocho o diez pececillos, que las más de las veces acababan de vuelta en el mar. Alguno hubo que se marchó todo contento a casa con el resultado de su faena, con el "pescado para la cena". Y esa vez si los peces no terminaron también en el Mediterráneo fue porque agotaron sus últimos esfuerzos retorciéndose sin agua en el cubo de la basura.

La playa entonces era el sitio donde todos los veranos nos encontrábamos los mismos, unos hermanos de Salamanca, un chico de Toledo, algunos murcianos y "elcheros" y el madrileño. Playa, medusas, gafas de bucear, obras públicas o de fortificación en la arena tan enormes como efímeras, visitas al toldo "de los padres" a por agua, la gorra, la crema, la colchoneta con la que explorábamos el mediterráneo, allá donde las aguas cambiaban de color, donde había dos metros de profundidad y enormes algas que se te enredaban en las sandalias, porque todos llevábamos el mismo modelo de sandalia de goma bien prieta. Tardes de siesta breve y luego más playa, piezas de teatro inventadas y representadas en las cocheras, cabañas de cajas de fruta, bicicletas que eran para el verano, petardos, cine de verano, y pesca con botella.

2 comentarios:

  1. yo soy más de ir al chiringuito y que me pongan el pescaito frito y la coca cola
    ;)

    besitos

    lágrimas de mar

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  2. A que si? tanta historia para coger una mierdecilla de pez, que seguro que luego ni se come ni nada, que por cierto al viejo relator no le gusta el pescado...
    Nchst, perdida de tiempo...

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