La noche siguiente a la "acción", grupos de alimañas mononeuronadas se reunieron en sus tabernas a celebrar no sólo la muerte de aquel enemigo de su patria, sino también la forma en la que había fallecido, retorciéndose de dolor, abrasándose vivo entre los hierros y plásticos medio fundidos de su coche. Lo contaron, lo rememoraron haciendo cómicas muecas y contorsiones, a carcajada batiente. Alguno llegó a gritar "jódete madero" y otro "muere, español".
Pero la PETA nos había enseñado recientemente que incluso los animales más insignificantes, repulsivos y molestos, tenían derecho a vivir.
Yo, en estas circunstancias, y hasta que se me pase la indignación, estoy más por ciscarme en el estado de derecho y reivindicar los tiempos del talión, por un ratito nada más y para esos desesperados y desesperantes hijos de puta, que no tienen sino un pasado inventado y un futuro inexistente.
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