martes, septiembre 08, 2009
reencuentro y zeltbahn
Allí estaba, en Ópera, en la parada de taxis, de casquera con otros compañeros, a la espera de clientes. No había cambiado nada desde la última vez que nos vimos, hacía ya puede que quince años. Hablamos como siempre lo hemos hecho, laaaaaargo, laaaaaargo y tendido, pero de pié. Recordamos algunas de las miles de anécdotas que vivimos juntos y nos reímos mucho, como cada vez que nos hemos visto.
De lo que salió a relucir os contaré lo del zeltbahn. Es un poncho triangular de lona camuflada y originalmente impermeabilizada, con botones de metal a todo lo largo del borde. Formaba parte del cargo de combate de la infantería alemana durante la segunda guerra mundial y tenía la particularidad de que, además de proteger al soldado de la lluvia durante la marcha (o en motocicleta o bicicleta, abrochándolo de una u otra manera), con cuatro de ellos se formaba una tienda de campaña muy apañada para vivaquear una noche.
Modelistas como nosotros, con gran afán por la documentación y el "rigor higtórico", lo habíamos visto en miles de fotografías en enciclopedias acá y allá (no eran tiempos de internet todavía) y habíamos aprendido la forma de reproducirlos en miniatura con papel tissú o incluso con putty. Jose creía recordarlos de los almacenes de su cuartel, durante su servicio militar y, con pocas esperanzas, nos fuimos al rastro un fin de semana, a ver si por casualidad los encontrábamos. Y allí estaban, con mugre del año que la pidieras, con los colores apagados por la pura mierda que los recubría, acartonados. Compramos dos, uno cada uno, creo que pagamos trescientas pesetas cada uno y volvimos a nuestras respectivas casas más contentos que sendos pimientos con la histórica adquisición apestando desde su bolsa de plástico.
"Eso no va a entrar en mi lavadora así" dijo mi madre, así que antes pasó por la bañera, donde lo tuve en remojo durante varias horas, con jabón de lavar, gel de ducha y hasta puede que champú anti caspa y sosa cáustica, nuestro milagroso decapante para soldaditos. Froté y froté hasta que los botones volvieron a brillar y reaparecieron los dos camuflajes (porque el poncho es reversible) y hasta el borroso sello del fabricante en el que se adivina el año de producción: 1935 o 38. Estábamos ante auténticas antigüedades (desde nuestro punto de vista) o pingajos asquerosos (según el de nuestros familiares).
Aquí os dejo algunas fotografías del chisme. Otro día os contaré más cosas de aquellas tardes de maquetismo, a las que se sumó pronto el otro viejo y en las que mucha producción no había, pero sí que dábamos buena cuenta de litros de Mahou y kilos de patatas fritas de "la Carmencita". Ah, qué bien quedaba la grasilla que dejaban en los dedos para envejecer los panzer...
Y encantado de, de alguna manera, haber recuperado a Jose.
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Pues a ese marfil le sigue faltando blanco...
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