En su ya lejana juventud, los viejos del palco eran aficionados al modelismo (estático y militar para ser exactos). Una cosa lleva a la otra, y... +/- Leer más
el modelismo les llevó a la revista "Military Modelling". Un día, motivados por sus aficiones y alentados por una moderada consumición de cerveza, publicaron un anuncio en dicha revista pidiendo gorras militares de cualquier parte del mundo. Durante unos años cambiaron prendas de cabeza (así se les llama a lo fino) con gente del Reino Unido, Polonia, Nueva Zelanda, Australia y otros exóticos parajes. Si bien sus achaques no les permiten continuar con figuras y maquetas con el ritmo y dedicación que a ellos les gustaría, todavía, de vez en cuando, despliegan sus archiperres bajo la luz del flexo y se ejercitan en tan noble afición. Lo que sí que han conservado y mantendrán hasta el último de sus días es esa persistente manía de pedir a todo el que conocen (o no) que les traiga una gorra militar de su destino de vacaciones, trastero a vaciar o casa de sus abuelos a derribar. En este blog se recogerán pensamientos repentinos, ideas (las más de las veces descabelladas), vivencias publicables y se compartirán con la audiencia las adquisiciones gorrísticas (o de gorra) acumuladas a lo largo de tantos y tantos años. Y por qué no, alguna que otra figura recién pintadita, antes de que el polvo cubra sus detalles.

martes, septiembre 08, 2009

reencuentro y zeltbahn


Allí estaba, en Ópera, en la parada de taxis, de casquera con otros compañeros, a la espera de clientes. No había cambiado nada desde la última vez que nos vimos, hacía ya puede que quince años. Hablamos como siempre lo hemos hecho, laaaaaargo, laaaaaargo y tendido, pero de pié. Recordamos algunas de las miles de anécdotas que vivimos juntos y nos reímos mucho, como cada vez que nos hemos visto.

De lo que salió a relucir os contaré lo del zeltbahn. Es un poncho triangular de lona camuflada y originalmente impermeabilizada, con botones de metal a todo lo largo del borde. Formaba parte del cargo de combate de la infantería alemana durante la segunda guerra mundial y tenía la particularidad de que, además de proteger al soldado de la lluvia durante la marcha (o en motocicleta o bicicleta, abrochándolo de una u otra manera), con cuatro de ellos se formaba una tienda de campaña muy apañada para vivaquear una noche.

Modelistas como nosotros, con gran afán por la documentación y el "rigor higtórico", lo habíamos visto en miles de fotografías en enciclopedias acá y allá (no eran tiempos de internet todavía) y habíamos aprendido la forma de reproducirlos en miniatura con papel tissú o incluso con putty. Jose creía recordarlos de los almacenes de su cuartel, durante su servicio militar y, con pocas esperanzas, nos fuimos al rastro un fin de semana, a ver si por casualidad los encontrábamos. Y allí estaban, con mugre del año que la pidieras, con los colores apagados por la pura mierda que los recubría, acartonados. Compramos dos, uno cada uno, creo que pagamos trescientas pesetas cada uno y volvimos a nuestras respectivas casas más contentos que sendos pimientos con la histórica adquisición apestando desde su bolsa de plástico.

"Eso no va a entrar en mi lavadora así" dijo mi madre, así que antes pasó por la bañera, donde lo tuve en remojo durante varias horas, con jabón de lavar, gel de ducha y hasta puede que champú anti caspa y sosa cáustica, nuestro milagroso decapante para soldaditos. Froté y froté hasta que los botones volvieron a brillar y reaparecieron los dos camuflajes (porque el poncho es reversible) y hasta el borroso sello del fabricante en el que se adivina el año de producción: 1935 o 38. Estábamos ante auténticas antigüedades (desde nuestro punto de vista) o pingajos asquerosos (según el de nuestros familiares).

Aquí os dejo algunas fotografías del chisme. Otro día os contaré más cosas de aquellas tardes de maquetismo, a las que se sumó pronto el otro viejo y en las que mucha producción no había, pero sí que dábamos buena cuenta de litros de Mahou y kilos de patatas fritas de "la Carmencita". Ah, qué bien quedaba la grasilla que dejaban en los dedos para envejecer los panzer...


 Y encantado de, de alguna manera, haber recuperado a Jose.

1 comentario: