En su ya lejana juventud, los viejos del palco eran aficionados al modelismo (estático y militar para ser exactos). Una cosa lleva a la otra, y... +/- Leer más
el modelismo les llevó a la revista "Military Modelling". Un día, motivados por sus aficiones y alentados por una moderada consumición de cerveza, publicaron un anuncio en dicha revista pidiendo gorras militares de cualquier parte del mundo. Durante unos años cambiaron prendas de cabeza (así se les llama a lo fino) con gente del Reino Unido, Polonia, Nueva Zelanda, Australia y otros exóticos parajes. Si bien sus achaques no les permiten continuar con figuras y maquetas con el ritmo y dedicación que a ellos les gustaría, todavía, de vez en cuando, despliegan sus archiperres bajo la luz del flexo y se ejercitan en tan noble afición. Lo que sí que han conservado y mantendrán hasta el último de sus días es esa persistente manía de pedir a todo el que conocen (o no) que les traiga una gorra militar de su destino de vacaciones, trastero a vaciar o casa de sus abuelos a derribar. En este blog se recogerán pensamientos repentinos, ideas (las más de las veces descabelladas), vivencias publicables y se compartirán con la audiencia las adquisiciones gorrísticas (o de gorra) acumuladas a lo largo de tantos y tantos años. Y por qué no, alguna que otra figura recién pintadita, antes de que el polvo cubra sus detalles.

martes, diciembre 01, 2009

Crónicas "angolanas" III

Uniformados

El sábado es un día duro, no se para nada más que para comer en una de las dos cantinas que han montado, cada una con su sistema a cual mas peculiar. En la primera, un buffet, el truco esta en el precio, que durante los primeros días de la misión oscilo entre los cuatro mil y los siete mil kwanza (recordemos que mil kwanza son trece euros), bebida aparte, hasta estabilizarse en los dos mil, visto que allí no iba a comer ni dios. En la segunda, también buffet, hay menos variedad a la hora de elegir, coges tu plato, cargas de aquí y de allá, llegas al final de la barra, te pesan lo que llevas y listo. No se sabe el precio ni la forma de calcular, pero cojas carne, o patatas, o judías verdes, o arroz, el procedimiento es el mismo: pesar y pagar. La cosa viene saliendo entre los ochocientos y los mil quinientos kwanza, cervezota incluida. Y esa es otra, la cerveza portuguesa no está mal, pero la local angoleña, especialmente la Cuca, esta muy pero que muy bien, y como el agua no es recomendable...

Cena en un centro cultural portugués (que recuerda al "pelos") con un clásico del jurgol lusitano: Sporting - Benfica. Y mas Cuca, porque la otra, la Eka no está igual.

El domingo tenemos que trabajar toda la tarde, pero nos dejan una furgoneta con chófer para recorrer la ciudad por la mañana mientras los delegados hacen turismo visitando centrales hidroeléctricas, explotaciones agrícolas y campos de petróleo. Quedamos a las nueve con el conductor, que aparece a las nueve y media diciendo que el no trabaja los domingos y que no tenía que haber venido, que le hagamos un certificado porque su jefe no se lo va a creer, que se ha levantado a las cinco para ir al aeropuerto (lo cual, para no trabajar, sólo es propio de buenos amigos, y aquí hago un inciso para mandar un abrazo a Félix que me estará leyendo).

Breve discusión, promesa de certificado y compromiso de colecta para propina y en marcha hacia la Fortaleza de San Miguel. La velocidad es vertiginosa, y las pegatinas de la asamblea le conceden al chófer una especie de carta blanca para embestir, cruzarse, adelantar por la derecha y hacer toda una serie de maniobras peligrosas y/o prohibidas. El francés de turno calcula que en los diez minutos que dura el trayecto habría perdido alrededor de mil puntos de su permiso de conducir, si fuera gabacho.

Primer encontronazo con los uniformados. La fortaleza y el barrio que la rodea son zona militar y los accesos están guardados por soldados con camuflaje hasta en el casco (lo que no me negaréis que es toda una frivolité para un servicio de centinela en ciudad). Pues me parece muy bien, dice el cabo, pero suben andando, el coche no pasa. Exhibición de credenciales, especialmente las que indican clarito y en portugués PROTOCOLO, pero ellos, inasequibles al desaliento, firmes en la fatiga y tal y tal y que el coche no sube. A lo mejor quieren dinero, dice alguien, pero como sabemos ya que a uno de nosotros le rechazaron cinco euros de propina por llevar unas maletas en el aeropuerto y le pidieron cincuenta, nos negamos. Y el coche no sube, pero nosotros sí, no sin antes asegurarnos de que el conductor nos esperará para seguir visitando la ciudad. Calor, bochorno, alguna ocasional ráfaga de viento fresco del mar... empezamos animosos y llegamos arrastrando los pies a una valla de obras y un cartel que dice que la fortaleza será la sede del futuro museo central de la defensa y que está en obras y que no se puede pasar. Hale. Podía haberlo dicho el fucking corporal... Al menos las vistas de la ciudad desde allí arriba merecen el esfuerzo y los litros de sudor. Descubrimos algunas estatuas que asoman por encima de otro vallado y nos ponemos a curiosear a su alrededor hasta que un señor que vigilaba el recinto nos deja pasar, poniendo el cazo, naturalmente. Tendréis que esperar al anexo gráfico para ver las fotos.

Descenso, más calor, más sudor, menos viento y ni rastro de la camioneta ni del chófer. Le buscamos por la plaza que hay al pie de la cuesta y nada. Le llamamos por teléfono y lo que nos temíamos: está en su casa, pero en un cuarto de hora esta ahí, promete. Veinte minutos más tarde decidimos esperar en el hall de un hotel de la plaza, también ocupado por gente de la asamblea. Recordemos que no es el lugar para esperar tranquilamente en la calle, y no sólo por la falta de seguridad, sino porque, queridos, en ese mismo instante estamos casi a la misma distancia del ecuador que del trópico de Capricornio, que las tormentas anunciadas solo se barruntan y que hace un calor de diecisiete pares de narices.

Media hora después de que expirase el cuarto de hora que nos dijo el conductor que tardaría en venir a buscarnos, aparece por fin. Al salir de nuestro refugio refrigerado, uno de nuestros compañeros pide permiso a los dos policías que custodian el hotel para fotografiar el escudo que llevan en la manga del uniforme. El policía le mira extrañado por la osadía y se niega de muy malas maneras. DM de todas formas, antes de subir al coche se gira y toma una foto del hotel, del jardincito de delante y, de paso, de los guardias. EH, EH, LA CAMARA, se oye, y el guardia que no se dejó fotografiar llega hasta él y trata de descolgársela del cuello. DM se resiste y el policía no ceja. Le explica que le ha tomado una foto y que eso esta prohibido y que le tiene que dar la cámara y mientras lo hace, acaricia con sus manos el exterior de las del fotógrafo furtivo, con un gesto que no sabemos si interpretar como manifestación supersticiosa por aquello del robo de almas de las fotografías o como un "ya la has visto, tronco".

Nos arremolinamos para hacer presión y protestar alrededor de los que forcejean con la cámara hasta que DM, viendo que la cosa se complica, decide entregarla. Un diplomático angolés alojado en el hotel sale y trata de templar gaitas, pero no lo consigue. En ese momento aparece otra furgoneta de nuestra asamblea y el policía motorista que le abre camino también interviene. Al final es él el que convence al compañero de que devuelva la cámara, tras hacerle ver como se borra la foto, y nos hace gestos de que desaparezcamos todos de ahí ya mismo. Alrededor de los policías queda ahora un grupo de diplomáticos y parlamentarios africanos tratando de explicarles que aquella foto, o la denegada de la insignia de brazo, poco tenían que ver con la seguridad nacional o con la personal del funcionario y que había que comprendernos a los europeos, porque nos fascinan todas esas gilipolleces.

Nos apuntamos al convoy del motorista y hacemos un breve recorrido por la zona de restaurantes de la bahía, algo parecido a La Manga, pero sin rascacielos (a la izquierda los caros y elegantes, a la derecha los cutres y baratos, el genero es el mismo). Pasamos por delante de una iglesia con un patio delante, lleno de sillas de plástico y altavoces. La concurrencia es tal que la feligresía no cabe dentro. Ah, si Rouco lo viera pediría traslado, bueno, no. Y de ahí, en un slalom vertiginoso entre coches, camiones, motos y chabolas, al mercado de Benfica.

Otro mogollón de puntos perdidos por el chófer (más que kwanzas de propina) y una sensación de haber sobrevivido a algo peligroso al llegar al hotel que nos dura hasta la mañana siguiente. Para hacer tanto tiempo que se acabó la guerra, siguen habiendo muchos kalashnikov por la calle.

2 comentarios:

  1. Estoy deseando ver el llamado "anexo gráfico". Oyes, y si en primavera vas a estar en chicharrolandia, entonces sí que sí que nos vemos. Un abrazo africano.

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  2. Madre mía, en Túnez nos avisaron de que tomar fotos al palacio real acarrea graves consecuencias... ¿ pero un escudo???

    Los portugueses no tienen tanto miramiento con su antigua moneda ;)

    ¿pesar y pagar??? Vaya.... yo saldría caríiiiiisima..

    Muaaaaaaaaaaks.

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