(Aunque también pudo titularse: "cuánto sufrimiento, tol pelo blanco y no llego a los cuarenta" o algo así que dijo el que estaba en la grada por debajo de la nuestra.) Porque querida audiencia, tras un cúmulo de insospechados sucedidos, acumuladas casualidades y alineaciones astrales favorables, los viejos del palco se plantaron en HSH Nordbank Arena de la Freie und Hansestadt Hamburg (Libre y Hanseática Ciudad de Hamburgo, gracias, wikipedia).
El señor del pelo blanco, se sentaba cuando el Fulham
tiraba una falta o un corner. No queriía ni mirar.
tiraba una falta o un corner. No queriía ni mirar.
Todo nació con un desafío de otro atlético en Madrid que dijo eso de: "¿... a que no hay pa irse Hamburgo?" y ante tamaño desafío uno de los viejos, que se pica con diez de ajos, puso la maquinaria de la consecución de entradas en marcha tocando los palillos adecuados; qué bueno es tener conocidos si no amigos hasta en el infierno, y nunca mejor dicho ya que el conocido en cuestión esta vez forma parte del staff del 1º equipo del Atlético de Madrid, eso sí, si las teníamos, las entradas, iba a ser tarde. El lunes por la mañana en cosa de tres horas pasamos de no tener entradas a ir dos a Hamburgo directamente a ser luego tres viniendo de diferentes sitios, caerse de la expedición el desafiante y convertir el asunto en un picnic familiar, o pique nique como dicen los franceses, lo de las películas de enredo de Paco Martinez Soria era un juego de niños comparado con el movimiento telefonicoemailisticoeseemeesero hasta la final configuración de la futura juerga.
El viaje tuvo necesariamente que pasar por Bruselas, donde se recogió al "grueso" de la expedición (el que suscribe) con esposa e hija pequeña. Esquivando lo mejor que se pudo la hora punta de la capital de Europa, el miércoles tempranito enfilamos rumbo a Holanda y Alemania. Allí fue imposible evitar a todos los que, tirando de mil tipos de remolques, arrastrando casas, motos, bicicletas, barcos, aviones veleros, etc., se disponían a disfrutar del puente de la Ascensión (la laica y productiva Europa se forra de puentes católicos).
Tanto en las paradas para comer como en las colas provocadas por obras (Alemania tampoco está terminada, y tienen su versión megalómana del plan E) fuimos coincidiendo con atléticos que venían de todas partes: de Holanda, de Bélgica, del Reino Unido, del Desunido, de Vallekas... y todos hacia la meca de la gloria futbolera, la final que iban a disputar, de milagro, dos equipos del montón, uno con mucha antigüedad, otro con mucha gloria y hambre de recuperar el sitio que la gestión Gilista le arrebató de entre los grandes de Europa.
Recorrer seiscientos kilómetros nos ocupó casi once horas. Tened en cuenta que la mitad transcurría por autopistas sin límite de velocidad y que habíamos calculado unas seis horas de viaje. Tramos en los que nuestro coche, lanzado a unos dignos 160 por hora, era adelantado de manera impía y humillante se alternaban con embudos provocados por obras donde el gps te preguntaba sarcástico si querías que se cambiara a "modo peatón".
Buenos presagios: Kun en la matrícula y grúas rojiblancas
La histeria de algún viejo provocó alaridos de desesperación, afortunadamente por fuera de la ventana abierta del coche, para pasmo teutón. Llegamos al hotel a una hora y cuarto del comienzo del partido, descargamos maletas y los que teníamos entradas nos dirigimos al estadio, al que llegamos a cincuenta y cinco minutos del inicio, con tiempo para tomar una salchichota y una cerveza y encontrarnos con, increíble, un compañero de trabajo, además de perder y encontrar una bufanda (la misma).
La ceremonia de apertura del partido, en la que individuos con las banderas de todos los equipos participantes en la Europa League iban corriendo y cruzándose de un lado a otro del campo tuvo un momento de congoja cuando el abanderado del Atleti resbaló y cayó cuan largo era. Mal presagio. Sólo le pasó a él.
El partido transcurrió como todos conocéis ya a estas alturas. La hinchada rojiblanca (situada ocho asientos más allá, con una hinchazón bastante localizada y doble, y todos nosotros, menos hinchados, pero igual de eufóricos) animó durante casi todo el encuentro, salvo un momento tras el gol del Fulham y otro ratito al principio del segundo tiempo, seguramente a causa del bocadillo.
El segundo y definitivo gol de Forlán provocó el delirio, sólo superado por el pitido del árbitro marcando el final. Abrazos, besos, gritos, saltos, cánticos y al final el himno. Histórico.
El partido transcurrió como todos conocéis ya a estas alturas. La hinchada rojiblanca (situada ocho asientos más allá, con una hinchazón bastante localizada y doble, y todos nosotros, menos hinchados, pero igual de eufóricos) animó durante casi todo el encuentro, salvo un momento tras el gol del Fulham y otro ratito al principio del segundo tiempo, seguramente a causa del bocadillo.
El segundo y definitivo gol de Forlán provocó el delirio, sólo superado por el pitido del árbitro marcando el final. Abrazos, besos, gritos, saltos, cánticos y al final el himno. Histórico.
Joder que bueno, enhorabuena¡¡, a ver si a partir de ahora, vais a dejar de sufrir... Eso es dejar de ser atleticos.
ResponderEliminarAngel.
Jamás, Ajelito, antes morir que perder la vida.
ResponderEliminarSólo sufriendo, se aprecian más los triunfos
ResponderEliminarBueno, bueno, bueno, que diría el Calvo.
ResponderEliminarGracias por tan ilustrada entrada (aunque esperaba más foticos).
Hoy tenemos que celebrar el doblete, o... ¿estoy soñando muy fuerte?
Vaya Pixie, mira por dónde asoma el bigotón (ponerle acento suda).
Besos, abrazos y enhorabuena a los premiados.
Salu2