El plan es perfecto. A la una cita en el bar de los patos y después de un bocata de pollo y ensalada (duras jornadas gastronómicas los días anteriores exigen un poco de mesura) salida hacia Suíza. ¡A esquiar... y si no se puede, en la nieve!
Pronto empiezan las descoordinaciones por parte de los de siempre. DT, el griego, quiere comprar no se sabe qué y parar en no se sabe dónde. HR, el austriaco, siempre se adapta y no pone pegas pero esta vez dice que va con su coche y que igual hay sorpresita al llegar al chalet. No hay manera de organizar un covoiturage ni de coña con esta gente.
Camino de Colmar la mente de RR sólo está ocupada en dos cosas: en no perderse al ir tomando las salidas de la autopista que lleva impresas en una lista del viamichelin y en ir calculando las posibilidades de que por fin esta vez haya "esquí fuera de pista". Tan absorto va en sus pensamientos que justo cuando pone el intermitente para coger la primera a la derecha, no repara en el significado de los gestos que le hace un policía desde una furgoneta que está tratando de adelantarle pero con intención también de salir por el mismo desvío. Así que con esa pachorra wallona suya aminora la marcha, deja pasar al furgón policial que le toma una ligera ventaja y se clava de un frenazo en el arcén.
Joder con la gendarmería, qué modales, piensa (pero en francés), y con un hábil volantazo les sortea y sigue camino alegremente... los tres primeros segundos, porque ve por el retrovisor cómo los uniformados que habían echado pie a tierra se montan en tromba en su vehículo y salen en su persecución entre una nube de polvo, con gran despliegue de ruído y destellos azules. Vamos, lo normal.
Los gestos del flic esta vez son mucho más elocuentes, así como su cara roja de ira. Combinando esto con el cierre que le hizo el chófer y el frenazo obtenemos el grado de temblor de las manos y el sudor de la frente de RR en la escalas apropiadas. Si en lugar de la Francia de Sarko estuviésemos en la Sicilia de los años veinte o en cualquier parte y época de los EE.UU., los ingredientes para el drama estarían ya todos mezcladitos. Sólo faltaría calentar. Si en lugar de aduaneros gabachos hubiesen sido desgarramantas armados con luparas o cops de camisas perfectamente planchadas, raybans de espejo, placa al pecho y stetson a la ceja, ya tendríamos también la temperatura adecuada para el guiso y que los periódicos lamentasen al día siguiente la pérdida de un probo funcionario, caído en casi-acto de servicio.
El policía de rostro iracundo y gestos semafóricos (permítaseme, si Brassens lo canta, yo lo "cuento") se acerca a la ventanilla del coche de RR y, sin saludar, pero llevándose la mano a la pistolera, pregunta: ¿Quién es usted? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¡No mueva las manos, déjelas sobre el volante, donde yo pueda verlas!
(Continuará)
dios mío, no sé por qué razón solidaria, mientras narras la aventura con monsieur le gendarme, se me revuelven las tripas con ligera gravitación intestinal.
ResponderEliminarEn fin, menos mal que has parado y por supueto, menos mal que continuará.
un saludo y felices vacances.
(Espero que sea eso, solidaridad con el protagonista, y no grima hacia el relator.)
ResponderEliminarClaro... Buscaban el alijo que le regaló Hassan en aquel hotel... ;-)
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